Es tradición que las zambombas jerezanas duren hasta Nochebuena, por eso muchos jerezanos que viven fuera y que llegan a Jerez por Navidad no tienen tiempo de disfrutar de ellas. De eso se quejaba una jerezana afincada desde hace doce años en Madrid. Así que cuando llegue a Jerez, el día 31, va a hacer una Fiesta de Fin de Año en la que la protagonista sea la zambomba, es decir una noche de Fin de Año como si fuera una Nochebuena. Yo le he dicho que en Jerez se puede hacer de “to”.
Este año mi recorrido por las Zambombas empezó a mediados de noviembre, la hicimos en casa de un amigo en Estella del Marqués, a los villancicos, se le unió el cante por bulerías y alguna que otra rumba. No faltó el buen baile. En diciembre me uní a las zambombas oficiales: la de peñas flamencas y asociaciones, pero sobre todo me ha gustado mucho una que se hizo en el patio de vecino de casa de unos amigos. Me recordó a mi niñez, cuando en casa de mi abuela, en la Calle Marqués de Cádiz, en pleno barrio Santiago, los vecinos sacaban sus sillas a un patio lleno de plantas y empezaban a cantar villancicos. Yo me sentaba en la falda de mi abuela con mi pandereta y miraba a Luisa, una gitana con el pelo gris y ojos claros, que llevaba la voz cantante, una voz profunda que decía haber heredado de su madre, Mimi, una mujer de casi noventa años, que desde su mecedora no se perdía detalle de la fiesta. Dieguito, hijo de Luisa, sacaba su guitarra, y sus hermanas ayudaban al cante y de vez en cuando se marcaban unos pasitos. Vicente y José se turnaban con la zambomba. Los demás vecinos Juana, Paca, María José y su padre, o las niñas de Pepa y Manolo todos participaban de ese acontecimiento. Cada vecino aportaba a la fiesta algo de comer y cuando empezaba el frío se hacía una candela que alumbraba y daba calor al patio. Esa zambomba, la genuina, la de la convivencia en los patios de vecinos la pude vivir en mi niñez y guardo un grato recuerdo de ella.
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